I. LOS ACTORES DE LA PARÁBOLA DEL BUEN SAMARITANO.
II. LOS ACTORES DE LA PARÁBOLA DEL BUEN SAMARITANO.
III. LA CARIDAD COMO TAREA DEL GÉNERO HUMANO.
IV. «LA POSADA»: LAS ESTRUCTURAS DE SERVICIO CARITATIVO.
V. «EL POSADERO»: LOS AGENTES DE CARIDAD.
VI. EL LUGAR DE LOS NO CREYENTES.
VII. LOS RESPONSABLES DE LA ACCIÓN CARITATIVA DE LA IGLESIA.
VIII. EL POBRE, AGENTE DE CARIDAD.
Presentamos el primero de ellos: I. LOS ACTORES DE LA PARÁBOLA DEL BUEN SAMARITANO.
Cuando pensamos en los agentes de la caridad, solemos pensar en aquellas personas dedicadas a acciones concretas en instituciones eclesiales; sin embargo, la encíclica Deus caritas est nos dice:
A un mundo mejor se contribuye solamente haciendo el bien ahora y en primera persona, con pasión y donde sea posible, independientemente de estrategias y programas de partido. El programa del cristiano —el programa del buen samaritano, el programa de Jesús— es un «corazón que ve». Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia. Obviamente, cuando la actividad caritativa es asumida por la Iglesia como iniciativa comunitaria, a la espontaneidad del individuo debe añadirse también la programación, la previsión, la colaboración con otras instituciones similares (1).
Estas palabras del papa Benedicto XVI, nos remiten a la parábola del buen samaritano (2). En ella encontramos diferentes personajes: en primer lugar; el hombre herido, en segundo lugar; un grupo formado por tres personas: el sacerdote, el levita y el samaritano, y en tercer lugar; el posadero.
El hombre herido es alguien anónimo: ni nombre, ni raza, ni religión; no sabemos nada de él, porque de eso se trata: lo único que importa es que está herido y que necesita ayuda.
El grupo formado por el sacerdote, el levita y el samaritano presentan dos actitudes diferentes: el «pasar de largo» del sacerdote y del levita y la «compasión» del samaritano. Tampoco sabemos las razones de unos y del otro; lectura muy común es la de atribuir la actitud de aquellos que evitan al herido a los prejuicios religiosos, pero me gustaría hacer una aproximación al texto desde otra perspectiva: la compasión no es una característica de las personas religiosas, ni mucho menos de una determinada religión, lo es de cualquier persona humana, y como tal, un deber moral; si Jesús hubiera incorporado en la parábola otro personaje, por ejemplo un romano, que tuviera la misma actitud del sacerdote y del levita, la condena hubiera sido la misma; sólo necesitamos recordar la escena evangélica del juicio final (3) en la que se juzgan los actos de caridad.
Finalmente está el posadero que representa la institución preparada para acoger. El samaritano ha llegado hasta donde sus posibilidades le permitían: ni más ni menos; pasar de largo hubiera sido desatender al herido y éste hubiera muerto sin que la institución —la posada— hubiera podido hacer nada; pero seguramente hubiera sido una temeridad hacerse cargo de aquel hombre él solo; y lo acompaña hasta un lugar donde le puedan atender adecuadamente. Fijémonos que el texto nos habla de la posada, pero también del posadero, dando así un rostro humano y cercano a la institución.
Hay algo de la parábola que solemos olvidar: el samaritano promete volver y contribuir con el resto del coste de la atención. De aquel hombre continua sin saber el nombre, pero ya no es un extraño, es su prójimo, ha tenido compasión de él, ha vivido «en primera persona y con pasión», como dice el texto antes citado, aquella experiencia, y aquel hombre ya no le puede ser indiferente, ya forma parte de su historia.
El texto de Benedicto XVI, inspirándose en ese relato evangélico, presenta como agentes de la acción caritativa la persona individual y la institución (4).
(1) Benedicto XVI: Deus caritas est, 31b.
(2) Lc 10,29-37.
(3) Mt 25,31-46.
(4) Este tema lo abordó también la Comisión Episcopal de pastoral Social de la C.E.E. en el Documento de reflexión «La Iglesia y los pobres», (ed. C.E.E. 17, p. 26), en el que dice: «De aquí que el encuentro con el pobre no pueda ser para la Iglesia y el cristiano meramente una anécdota intrascendente, ya que en su reacción y en su actitud se define su ser y también su futuro, como advierten tajantemente las palabras de Jesús. Por lo mismo, en esa coyuntura quedamos todos, individuos e instituciones, implicados y comprometidos de un modo decisivo».