Introducción.
La acción caritativa y social de la Iglesia y de cuantos en ella trabajamos al servicio de los pobres, no se sostiene en sí misma y por sí misma. Su fuerza, fundamento y originalidad radican en la espiritualidad que la anima. Pero, ¿qué queremos decir cuando hablamos de espiritualidad? Espiritualidad viene de espíritu, y hablar de espíritu -en castellano- es hablar de ánimo, aliento, valor, energía, fuerza. Según esto, hablar de espiritualidad en la acción caritativa y social es hablar de lo que anima, alienta, da fuerza y energía a nuestra acción caritativa y social. Pero espiritualidad en sentido cristiano significa algo más. La espiritualidad cristiana viene del Espíritu, con mayúscula, pues, cristianamente hablando, no puede haber más espiritualidad que la que viene del Espíritu Santo. En este sentido, hablar de espiritualidad significa reconocer que el Espíritu es el que nos mueve a amar a los hermanos y el que nos anima, alienta, orienta y da fuerza en el servicio del amor, en el servicio de la caridad.
Hay ejercicio organizado de la caridad porque hay pobres y porque hemos sido ungidos por el Espíritu para dar la Buena Noticia a los pobres. “El mismo Espíritu que ungió a Jesús para enviarlo a anunciar el Evangelio a los pobres conduce a sus discípulos hacia la misión de continuar la obra salvadora entre los más abandonados”[1].
Desde este punto de partida, nos planteamos qué aporta la espiritualidad cristiana a nuestra acción caritativa y social y, más concretamente, cuáles son esas características básicas que nos ofrece la espiritualidad cristiana y que se traducen en motivaciones, actitudes, estilo y sentido de todo lo que hacemos. Las sintetizamos en diez[2].